El nuevo mundo laboral



Imaginemos a un egresado universitario en el México de 1950. Título en mano, listo para emprender la búsqueda de empleo, tiene alrededor de 22 ó 24 años y su futuro es prometedor. Seguramente ha realizado estudios
en la Universidad Nacional Autónoma de México o en el Instituto Politécnico Nacional, dos de las pocas instituciones de estudios superiores del país en aquellos años. La primera apenas reunía un total de 24 mil estudiantes a inicios de 1950 y el país estaba necesitado de gente preparada para echar a andar el proyecto modernizador de Miguel Alemán. 

Si por virtud de un desequilibrio en el tiempo, este joven egresado pudiera poner el pie en nuestro año 2011, unos sesenta años en el futuro, se alzaría ante él una visión profundamente desconcertante. Vería un país transformado, despojado de la certidumbre y la confianza del pasado, en el que dos millones seiscientos mil personas se encuentran sin empleo. Se asombraría ante los 316,589 alumnos de la UNAM y ante la multitud de universidades públicas y privadas que pueblan el país y que entregan al mercado a cientos de egresados cada año. 


A diferencia de su padre y sus abuelos, que habían encontrado la permanencia en trabajos que duraban toda una vida laboral, nuestro egresado vería empleos surgiendo y desapareciendo con la misma velocidad, por obra y gracia de extrañas reglas de mercado decididas en remotos lugares del planeta. Tal vez lo que más le sorprendería a nuestro joven profesional de los años 50 de paseo en el futuro sería la presencia de la tecnología en la vida cotidiana: nuevos lenguajes, nuevas maquinarias, aparatos, mecanismos, modos de comunicarse con los que familiarizarse. Sobre todo entendería muy pronto, seguramente con angustia, que para conseguir un trabajo tendría que medirse con una sobrepoblación de egresados jóvenes y ambiciosos con estudios de licenciatura, maestría e incluso, de doctorado, dueños de lenguajes y técnicas desconocidas para él. Probablemente no sobreviviría mucho tiempo entre nosotros. Lo que hoy vivimos en el ámbito laboral es infinitamente más complejo e inestable que hace cincuenta o sesenta años. Medio siglo ha transformado la manera de ser y de hacer en el mundo del trabajo. Un hecho es indiscutible: a fines de 2011, un nuevo egresado universitario no tiene prácticamente nada asegurado. Las viejas certidumbres no existen más. Basta con ver el ejemplo de países como Japón o China. Los empleos de por vida que la Compañía o el Gobierno todo poderosos garantizaban a la población de esos países asiáticos son hoy la excepción a la regla, rarísimos ejemplos de un status quo laboral hoy en vías de extinción.
El caso de México es particularmente complejo. El país lleva muchos años sin un crecimiento económico destacable que asegure la creación de empleos y, de manera simultánea, las pocas áreas que todavía los producen han seguido la tendencia mundial a la hiper especialización vinculada con la informática y las nuevas tecnologías. En efecto, atrás quedaron las enormes mesas en donde se desplegaban planos gigantes, atrás, los batallones de dibujantes técnicos que, paso a paso, iban construyendo los proyectos de arquitectura o de ingeniería. Hoy se proyecta y se hacen cálculos estructurales para arquitectura en tercera dimensión con programas computacionales de una minuciosa complejidad y se habla de mecatrónica y de robótica en ingeniería. Lo mismo sucede en todos los ámbitos del conocimiento. La educación tradicionalse plantea los retos de la Universidad a Distancia y Virtual y discute a través de webinars, tabletas, ipods, ipads, nuevos soportes de la palabra y el pensamiento, sobre el desafío de la enseñanza y el aprendizaje en el siglo XXI. La filosofía, el arte y la literatura reflexionan y representan un mundo globalizado en el que las humanidades dialogan como nunca con las ciencias, con los géneros híbridos y con el ciberpunk. La irrupción de la tecnología de punta en medicina y la existencia de nuevas enfermedades exigen a médicos y enfermeras mayor dedicación y mayor tiempo de estudios. Y, en fin, los estudios de Comunicación o de Política no pueden existir hoy sin integrar en sus planes de estudio la práctica y la reflexión del fenómeno de Internet y de las redes sociales. Y a todo ello se suman los nuevos campos de conocimiento que exigen estudiantes innovadores: ciencias genómicas, nanotecnología, ingeniería en telecomunicaciones, ingeniería genética, entre otras.


El desafío es grande. Las universidades y centros de estudio deben preparar a los estudiantes para reconocer y entrar a un mundo laboral más complejo que nunca, pero ahora también los estudiantes deben involucrarse individualmente en complementar y enriquecer su formación formación fuera del espacio universitario. Quien inicia hoy una carrera universitaria está obligado a armarse de herramientas que lo conviertan en un trabajador super competitivo.

Nada puede reemplazar el dominio de lenguas extranjeras. Nuestros padres y abuelos pudieron moverse en el mundo monolingüe sin mayor remordimiento. En el año 2011 esto es imposible. Inglés, francés o alemán, pero también chino son armas lingüísticas que harán indispensable a cualquier candidato. A esto se suma el conocimiento de computación avanzada. No basta ya el simple uso de Word, Power Point o Excell. El humanista y el arquitecto, el educador y el ingeniero deben sumar a su hoja de vida cursos y talleres de computación especializada. Además, un espíritu de aventura alejará al nuevo estudiante de carreras saturadas y declinantes hacia el terreno virgen de la biotecnología, de la genómica, de las humanidades de base científica o de la gerontología.

Finalmente, dos retos aguardan al nuevo egresado, retos de los que poco se habla: el multiculturalismo y las estructuras democráticas de poder en el trabajo. Como mexicanos crecimos hasta hace poco en un país en el que la migración, salvo épocas o eventos específicos (La Guerra Civil Española, la migración tras las dictaduras latinoamericanas), era mínima y el rostro cultural y racial, uniforme. Sin embargo, si visitamo hoy la Ciudad de México, por ejemplo, y prestamos atención a acentos y perfiles descubriremos que a nuestro alrededor hay bangladesís, venezolanos, kenyanos, europeos, cubanos, coreanos… Con ellos convivirán, trabajarán y competirán los nuevos egresados mexicanos en un ámbito inédito de multiculturalidad. La tolerancia, la apertura y la escucha del otro serán esenciales para sobrevivir laboralmente sin caer en chauvinismos envejecidos y actitudes intolerantes.


Y aquellos que estudien maestrías y doctorados en alta gerencia o alta dirección gubernamental con la esperanza de perpetuar las estructuras de poder y de autoridad piramidales tan enraizadas en la relaciones laborales en México se encontrarán con una sorpresa. Desde hace años, en las grandes empresas de Europa y en Estados Unidos, se han venido ensayando nuevas estructuras de liderazgo y autoridad que, necesariamente, se irán infiltrando en nuestra cultura laboral. No más jefes absolutos, tiránicos o ausentes, sino líderes demócratas, relaciones de equidad, grupos de trabajo con responsabilidades compartidas. A esto se tendrán que preparar también nuestros egresados, a abandonar la dependencia a la figura mítica y protectora del superior y a asumir, con creatividad, liderazgos compartidos.

Mucho ha cambiado desde 1950 en el mundo laboral mundial y mexicano. El panorama puede resultar atemorizante o, como nunca antes, un espacio nuevo para la autoexigencia y para la creatividad. La complejidad es, el último análisis, oportunidad. Oportunidad y responsabilidad.

Si bien el pasado determina en gran medida el modo de enfrentarnos a las competencias laborales, es el futuro el que debe acaparar toda nuestra atención en términos de capacitación y especialización ¿Qué hacemos hoy para enfrentar el mañana? Es necesario anticiparnos a los cambios. Los jóvenes de hoy no deben permanecer impávidos, pues de ocurrir así, seguramente padecerán los mismos “males” que las generaciones anteriores. Lo mismo sucede con los estudiantes que dudan al elegir una carrera universitaria. Más que nunca se requiere de un análisis muy cuidadoso de la futura trayectoria académica, debe ser una combinación perfecta entre nuestras inclinaciones profesionales y las posibilidades de acción. No podemos mantenernos al margen de los avances tecnológicos y de las nuevas tendencias de administración del capital humano. Estamos, irremediablemente, obligados a comprar un boleto en el tren de la modernidad, si es que no queremos quedarnos varados en la estación.

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Por: F. S. Lastra





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